Matthew 20

Parábola de los obreros de la viña

1“Porque el reino de los cielos es semejante a un padre de familia, que salió muy de mañana a contratar obreros para su viña
1 s. El padre de familia, Dios, invita al apostolado en su viña. El día de trabajo es la vida; el denario, el reino de los cielos. Llama la atención el hecho de que todos reciban “el mismo salario”, aun los últimos. Es que el reino de los cielos no puede dividirse, y su participación es siempre un don libérrimo de la infinita misericordia de Dios (Lc. 8, 47; 15, 7).
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2Habiendo convenido con los obreros en un denario por día, los envió a su viña. 3Salió luego hacia la hora tercera, vio a otros que estaban de pie, en la plaza, sin hacer nada. 4Y les dijo: “Id vosotros también a mi viña, y os daré lo que sea justo”. 5Y ellos fueron. Saliendo otra vez a la sexta y a la novena hora, hizo lo mismo. 6Saliendo todavía a eso de la hora undécima, encontró otros que estaban allí, y les dijo: “¿Por qué estáis allí todo el día sin hacer nada?” 7Dijéronle: “Porque “nadie nos ha contratado”. Les dijo: “Id vosotros también a la viña”. 8Llegada la tarde, el dueño de la viña dijo a su mayordomo: “Llama a los obreros, y págales el jornal, comenzando por los últimos, hasta los primeros”. 9Vinieron, pues, los de la hora undécima, y recibieron cada uno un denario. 10Cuando llegaron los primeros, pensaron que recibirían más, pero ellos también recibieron cada uno un denario. 11Y al tomarlo, murmuraban contra el dueño de casa, 12y decían: “Estos últimos no han trabajado más que una hora, y los tratas como a nosotros, que hemos soportado el peso del día y el calor”
12. El peso del día: El que así habla es como el de la parábola de las minas que pensaba mal de su Señor y que por eso no pudo servirlo bien, porque no lo amaba (Lc. 19, 21-23). El yugo de Jesús es “excelente” (11, 30) y los mandamientos del Padre “no son pesados” (1 Jn. 5, 3), sino dados para nuestra felicidad (Jr. 7, 23) y como guías para nuestra seguridad (Sal. 24, 8). El cristiano que sabe estar en la verdad frente a la apariencia, mentira y falsía que reina en este mundo tiranizado por Satanás, no cambiaría su posición por todas las potestades de la tierra. Esta parábola de los obreros de la viña nos enseña, pues, a pensar bien de Dios (Sb. 1, 1). El obrero de la última hora pensó bien puesto que esperó mucho de Él (cf. Lc. 7, 47 y nota), y por eso recibió lo que esperaba (Sal. 32, 22). Esto que parecería alta mística, no es sino lo elemental de la fe, pues no puede construirse vínculo alguno de padre a hijo si este empieza por considerarse peón y creer que su Padre le quiere explotar como a tal.
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13Pero él respondió a uno de ellos: “Amigo, yo no te hago injuria. ¿No conviniste conmigo en un denario? 14Toma, pues, lo que te toca, y vete. Mas yo quiero dar a este último tanto como a ti. 15¿No me es permitido, con lo que es mío, hacer lo que me place? ¿O has de ser tú envidioso, porque yo soy bueno?”
15. Nótese el contraste entre el modo de pensar de Dios y el de los hombres. Estos solo avaloran la duración del esfuerzo. Dios en cambio aprecia, más que todo, las disposiciones del corazón. De ahí que el pecador arrepentido encuentre siempre abierto el camino de la misericordia y del perdón en cualquier trance de su vida (Jn. 5, 40; 6, 37).
16Así
16. Así: es decir, queda explicado lo que anticipó en 19, 30. Sin duda la Parábola señalaba la vocación de nosotros los gentiles, no menos ventajosa por tardía. En ella el Corazón de Dios se valió también de las faltas de unos y otros para compadecerse de todos (Rm. 11, 30-36); y lo más asombroso aún es que igual cosa podamos aprovechar nosotros en la vida espiritual, para sacar ventajas de nuestras faltas que parecieran cerrarnos la puerta de la amistad con nuestro Padre. Véase Lc. 7, 41 ss.; 15, 11 ss.; Rm. 8, 28; Col. 4, 5 y nota.
los últimos serán primeros, y los primeros, últimos”.

Tercer anuncio de la pasión

17Y subiendo Jesús a Jerusalén, tomó aparte a los doce discípulos, y les dijo en el camino: 18“He aquí que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y escribas, y lo condenarán a muerte. 19Y lo entregarán a los gentiles, para que lo escarnezcan, lo azoten y lo crucifiquen, pero al tercer día resucitará”.

Falsa ambición de los hijos de Zebedeo

20Entonces la madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Él con sus hijos, y prosternose como para hacerle una petición
20 ss. Los hijos de Zebedeo, los apóstoles Juan y Santiago el Mayor. La madre se llamaba Salomé El cáliz (v. 22) es el martirio. “Creía la mujer que Jesús reinaría inmediatamente después de la Resurrección y que Él cumpliría en su primera venida lo que está prometido para la segunda” (S. Jerónimo). Cf. Hch. 1, 6 s. En realidad, ni la mujer ni los Doce podían tampoco pensar en la Resurrección, puesto que no habían entendido nada de lo que Jesús acababa de decirles en los vv. 31 ss., como se hace notar en Lc. 18, 34. Véase 18, 32 y nota.
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21Él le preguntó: “¿Qué deseas?” Contestole ella: “Ordena que estos dos hijos míos se sienten, el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, en tu reino”. 22Mas Jesús repuso diciendo: “No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz, que Yo he de beber?” Dijéronle: “Podemos”. 23Él les dijo: “Mi cáliz, sí, lo beberéis; pero el sentaros a mi derecha o a mi izquierda, no es cosa mía
23. No es cosa mía. Véase expresiones semejantes en Mc. 13, 32; Jn. 14, 28; Hch. 1, 7 y notas. Cf. Jn. 10, 30; 16, 15; 17, 10.
el darlo, sino para quienes estuviere preparado por mi Padre”.
24Cuando los diez oyeron esto, se enfadaron contra los dos hermanos. 25Mas Jesús los llamó y dijo: “Los jefes de los pueblos, como sabéis, les hacen sentir su dominación, y los grandes sus poder
25. Véase Lc. 22, 25 y nota.
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26No será así entre vosotros
26. ¡No será así entre vosotros! (cf. Mc. 10, 42; Lc. 22, 25 ss.). Admirable lección de apostolado es esta, que concuerda con la de Lc. 9, 50 (cf. la conducta de Moisés en Nm. 11, 26, 29), y nos enseña, ante todo, que no siendo nuestra misión como la del César (23, 17) no hemos de ser intolerantes ni querer imponer la fe a la fuerza por el hecho de ser una cosa buena (cf. Ct. 3, 5; 2 Co. 1, 23; 6, 3 ss.; 1 Ts. 2, 11; 1 Tm. 3, 8; 2 Tm. 4; 1 Pe. 5, 2 s.; 1 Co. 4, 13, etc.), como que la semilla de la Palabra se da para que sea libremente aceptada o rechazada (Mt. 13, 3). Por eso los apóstoles, cuando no eran aceptados en un lugar, debían retirarse a otro (10, 14 s. y 12; Hch. 13, 51; 18, 6) sin empeñarse en dar “el pan a los perros” (7, 6). Pero al mismo tiempo, y sin duda sobre eso mismo, se nos enseña aquí el sublime poder del apostolado, que sin armas ni recursos humanos de ninguna especie (10, 9 s. y nota), con la sola eficacia de las Palabras de Jesús y su gracia consigue que no ciertamente todos —porque el mundo está dado al Maligno (1 Jn. 5, 19) y Jesús no rogó por él (Jn. 17, 9)—, pero sí la tierra que libremente acepta la semilla, dé fruto al 30, al 60 y al 100 por uno (13, 23; Hch. 2, 41; 13, 48, etc.).
, sino al contrario: entre vosotros el que quiera ser grande se hará el servidor vuestro,
27y el que quiera ser el primero de vosotros ha de hacerse vuestro esclavo; 28así como el Hijo del hombre vino, no para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos
28. Al saber esto los que, siendo hombres miserables, tenemos quienes nos sirvan ¿no trataremos de hacérnoslo perdonar con la caridad hacia nuestros subordinados, usando ruegos en vez de órdenes y viendo en ellos, como en los pobres, la imagen envidiable del divino Sirviente? (Lc. 22, 27). Nótese que esto, y solo esto, es el remedio contra los odios que carcomen a la sociedad. En rescate por muchos, esto es, por todos. “Muchos” se usa a veces en este sentido más amplio. Cf. 24, 12; Mc. 14, 24.
”.

Curación de dos ciegos

29Cuando salieron de Jericó, le siguió una gran muchedumbre. 30Y he ahí que dos ciegos, sentados junto al camino, oyendo que Jesús pasaba, se pusieron a gritar, diciendo: “Señor, ten piedad de nosotros, Hijo de David”. 31La gente les reprendía para que callasen, pero ellos gritaban más, diciendo: “Señor, ten piedad de nosotros, Hijo de David”. 32Entonces Jesús, parándose los llamó y dijo: “¿Qué queréis que os haga?” 33Le dijeron: “¡Señor, que se abran nuestros ojos!”. 34Y Jesús, teniendo compasión de ellos, les tocó los ojos, y al punto recobraron la vista, y le siguieron.
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